“Estúpida prepotente” piensa M
camino de casa. “Cegata, hija de puta”.
Está que se lo llevan los demonios, la ira y los insultos que bullen en su
cabeza se retroalimenta. Está encendido y rabioso. “Impresentable de mierda”. Sabe
que necesita calmarse y también sabe que lo hará en no mucho tiempo, pero por
ahora disfruta de la violencia inherente al sentimiento. “Menuda inútil, pagada
de si misma”. Acelera el paso, casi al borde de la carrera, la mochila se
balancea sobre su espalda, restregándole la camisa sudada. Está deseando
quitársela y ducharse. Confía en que la ducha lo calme.
M se considera una persona
bastante razonable, pero no soporta las imposiciones arbitrarias, y mucho menos
cuando quien le impone algo lo hace por pura ceguera, sin valorar el trabajo.
La jefa del departamento, “jefa interina” se recuerda, ha vuelto del congreso
de São Paulo con los aires más subidos de lo habitual. Al revisar los informes
que M había dejado sobre su mesa antes de irse a Santiago él y ella al congreso
(los cuales sospechaba que no había leído más que por encima) había descubierto
(el verbo lo había empleado ella, pero para él parecía esconder una fina
ironía) que falta un tipo específico de análisis de variables en los flujos
comerciales estudiados por su becario. M había intentado razonar con ella,
aduciendo que dicho análisis existía y estaba contemplado junto con otros en
las tablas, pero ella no había atendido a razones, sencillamente era incapaz de
ver lo que tenía delante.
Posiblemente había asistido a la
ponencia de alguien que se basaba en ese tipo de análisis y ahora ella quería
que el departamento emulase a quien quiera que fuese. Pero M no lo veía así,
consideraba que centrarse en un solo tipo criterio analítico dejaría cojo el
estudio. Pero no, la doctora Deodato no lo veía así. Ella era de esa clase de
personas zalameras con sus superiores y tiránicas con los que tenían la mala
suerte de acabar bajo su mando; no era la titular del departamento de “Economía
Internacional”, pero el doctor Agra ha tomado una estancia de un año en Ontario
y, dado que la mierda tiende a ascender, ella había obtenido la interinidad.
Posiblemente se hubiera hecho con el puesto más que por méritos, por las
dentelladas feroces que había ido dando a sus compañeros en la carrera de ratas
que son las universidades. La valía académica quedaba en un segundo plano
cuando entraban en juego los egos y las envidias. Y de ambas Maria Deodato
tiene de sobra.
Ya en el edificio, que apenas
dista diez minutos del polo universitario, algo más de cinco con la marcha que
M traía, sube los tres pisos por las escaleras, saltando los escalones de dos
en dos. No tiene ganas de encontrarse con nadie en el ascensor y, por fortuna,
no habrá nadie en el piso a esa hora, tanto Toni como Judith estarán trabajando.
A M no le caen mal sus compañeros de piso, los aprecia, la pareja de franceses
le cae bien, pero no está seguro de que en este momento tenga ganas de escuchar
una de sus habituales y ruidosas discusiones, o una de sus más habituales y aún
más ruidosas reconciliaciones. Le resulta increíble que sigan juntos, quizás a
ellos mismos también les extrañe, aunque puede que ya se hayan instalado tan
profundamente en la rutina de la vida en común, habida cuenta de que llevan
juntos desde el instituto, que no sepan vivir de otro modo. Judith,
antropóloga, de suaves maneras y parapetada siempre tras una gafas de culo de
vaso, es una lectora feroz, acrítica, bibliófaga, que lo mismo lo mismo se lee
“La insoportable levedad del ser” que la última serie para adolescentes; se
trata de una persona arrojada, demasiado acostumbrada a que no la tomen en
serio y demasiado acostumbrada a hacerse valer contra viento y marea. Por su
parte Toni es justo lo contrario, perezoso pero tremendamente sociable, odia su
trabajo como profesor de francés en un instituto privado para hijos de familias
acomodadas y prefiere pasar las horas en el salón de casa, repantingado sobre
el sofá con los pies anclados a la mesita baja mientras juega a la videoconsola
y despotrica sobre sus estudiantes, desmotivados y abúlicos. A M le resulta
paradójico que Toni se enfade por eso, pero lo entiende, él mismo no se ve con
la capacidad para enseñar a adolescentes, piensa que fue un estudiante
terrible, no por tener un rendimiento académico bajo, sino por tratar de hacer
miserable la vida de sus profesores, y teme que el karma le devuelva la jugada
si algún día tiene que pisar el aula como docente de una jauría pubescente.
Ya bajo la ducha M siente como
los músculos de la espalda, agarrotados por la tensión, se relajan. Tras la
reunión con la Deodato había vuelto al despacho que los becarios tenían
reservado. Cuatro mesas compartiendo un espacio minúsculo en un semisótano cuyo
único contacto con el exterior eran unos ventanucos que apenas les permitían
ver un enjambre de pies y tobillos yendo de acá para allá. Allí había
intentando poner en claro qué hacer, pero estaba tan rabioso que hacer
cualquier cambio del estudio en ese estado hubiera sido desastroso. Además,
solamente tendría que sacar los análisis a una tabla nueva y darle un par de
párrafos de texto. Algo que podía hacer en un par de horas, pero no era el
mejor momento justo detrás del rapapolvo que le había caído. No, desde luego,
si la imagen que le venía recurrentemente a la cabeza era la de él mismo
embuchándole por el gaznate el estudio a la doctoro Deodato. Encuadernado. Y
con los apéndices incluidos. La idea lo hace reír bajo el agua. Reírse estaba
bien, no era algo que haga tan a menudo.
Se seca pero no se molesta en
atarse la toalla al salir del cuarto de baño ya que está solo en el piso. Se
tira sobre la cama con la ventana y la puerta abiertas, dejando que la suave
brisa le termine de secar. Cada día hace más calor o eso le parece a él…
octubre ya y deben estar rozando los treinta grados. Este año tendrán un verano
más caluroso que el anterior, se teme. Por un momento añora el fresco que ha
dejado atrás en la capital de Chile y de repente Patricia le salta a la mente.
Se revuelve incómodo ante la naciente erección. No quiere pensar en ella, ni en
Patrick. El viaje de vuelta fue bastante tenso y desde entonces no ha quedado
con su amigo. Sabe que al fin uno de los dos llamará al otro o se pasará por el
despacho para saludarlo y tomar algo, pero por el momento es mejor así.
Coge el móvil de la mesilla y se
pone a trastear. Sigue enfadado pero también está aburrido, no le apetece jugar
a la videoconsola solo, eso es cosa de Toni. Si él estuviera allí quizás
echarían una partida juntos. Los nombre de la agenda suben y baja, M busca
aparentemente sin saber qué o a quién, pero finalmente en la pantalla brilla un
nombre conocido. En su fuero interno sabe que lo ha buscado conscientemente,
pero nunca lo admitiría. Ese nombre llevaba rondándole desde hacía un buen rato,
quizás incluso desde que salió de la Facultad, o puede que incluso allí. Hasta
ese momento había sido un capricho que rondaba los límites de su consciencia,
pero ahora tiene que admitir para sí que lo que realmente le apetece es echar
un polvo con Lorena.
La respuesta al mensaje no tarda
en llegar, aunque M apenas si la ha esperado para empezar a vestirse. “Estoy en
casa, pásate si te apetece” le ha escrito la chica, aunque decir chica es
bastante aventurado, mujer sería el término más correcto. En cierta medida se
siente mal por “usarla” (incluso en sus pensamientos la palabra aparece con
comillas), pero al fin y al cabo, de ser tal sería un uso recíproco. No sería
la primera vez que ella le llama para que se pase por su casa a media mañana
por el simple hecho de que está aburrida. A decir verdad M aún no sabe
exactamente a qué se dedica Lorena, nunca lo ha preguntado abiertamente, pero
también es que le da igual. El acuerdo tácito al que han llegado excluye
preguntar por la vida del otro, del mismo modo que excluye dormir juntos y
tantas otras cosas. Pero incluye sexo sin compromiso en horario escolar, que es
lo que ahora necesita el joven.
Cuando sale del edificio el taxi
que ha encargado ya está esperando. La casa de Lorena está en la otra parte de
la ciudad, y entre autobuses y con el calor que hace M llegaría sudado y pasada
casi una hora. Rara vez el deseo resiste la espera bajo el sol en una parada de
autobús. El trayecto en taxi tampoco es que sea rápido, el vehículo se toma sus
buenos 20 minutos, pero al menos el aire acondicionado mantiene fresco el
interior. Al otro lado de la ventanilla la ciudad cambia según atraviesan los
barrios, y sobre ellos, siempre las colinas sembradas de casillas perenemente a
medio construir.
Lorena vive en un barrio de clase
media, lejos del centro, pero casi un pueblo en sí mismo. A veces M se pregunta
cómo fue posible que se conocieran. Pese a que no pregunta por la vida de la
mujer, tiene fundadas sospechas de que no se mueven ni por asomo en los mismos
círculos. De hecho los famosos seis grados de separación podrían haberse
quedado cortos en su caso si no la casualidad no lo hubiese llevado a una
discoteca de las afueras hacía casi un año.
En cuanto el vehículo se detiene
M salta de él y cruza la acera para entrar en el portal. Timbra y, sin
preguntar, le abren desde dentro. Lorena vive en el primer piso, así que no se
molesta en tomar el ascensor. Al alcanzar el rellano ella está en la puerta
esperando, no es una belleza pero tiene una mirada inteligente, roza los
cuarenta y está algo entrada en carnes, pero no se puede decir que esté gorda.
Lorena sonríe al verlo llegar “te he visto desde la ventana, pasa” le dice
mientras le cede el paso. Al cerrarse la puerta M la agarra por el culo y la
besa. El pelo le huele productos de limpieza, no a champú, sino algo más
químico que no consigue identificar.
-
Tranquilo, el chico no llega hasta dentro de
tres horas.
Pero M no se puede tranquilizar,
como los perros de Paulov, su cuerpo anticipa lo que está por llegar y las
hormonas se desbordan por su torrente sanguíneo. Toma a la mujer por la mano y
se encamina al dormitorio. El piso es modesto, con muebles gastados por el uso,
juguetes y libros infantiles por doquier, fotografías de desconocidos… pero
limpio, luminoso, acogedor. M podría vivir ahí si el destino así lo quisiera.
De repente Lorena se suelta y se planta en medio del pasillo. M se gira a
mirarla. La mujer se suelta el pelo y los rizos oscuros le caen por la espalda
y los hombros. A un paso atrás a la vez que se descalza las sandalias de un
verde insultante. Lleva un vestido anchote de flores que le deja a la vista un
escote generoso. Da otro paso hacia atrás, sin perder de vista a M y se saca el
vestido por la cabeza, dejándolo caer en el suelo. Ahora solamente lleva unas
bragas negras cuyos bordes están clareados por el uso. Sus pechos están al aire
y en su vientre, algo caído, se notan las marcas de la maternidad. Con todo M
no puede dejar de sentir el deseo y el ansia de tomarla y avanza un paso hacia
ella.
Lorena le sonríe pícara, es un
juego que ya han jugado otras veces, M sonríe sin despegar los labios y suelta
un gruñido a la par que avanza las manos como si fuera garras. La mujer lanza
un gritito que queda entra el horror y la risa, como si no supiera si huir de
la bestia que le acecha o jugar con ella como si fuera su mascota. M repite el
gruñido y avanza cubriendo un lado del pasillo. Lorena se gira y avanza hacia
el salón en un par de cortos saltos, sin dejar de mirar a M. Éste se quita la
camisa y la deja caer sobre el vestido de flores, es la señal que la mujer
espera para escapar y refugiarse tras el sofá. M se abalanza sobre él cae todo
lo largo que es en el asiento. Ahora es Lorena la que se abalanza sobre el
chico y lo besa. M nota el otro cuerpo sobre el suyo, los pechos algo más fríos
que el resto, la boca más húmeda, las manos, más ansiosas que le desabrochan el
pantalón.
El pelo le tapa la cara, así que
se debate hasta hacerla girar y caer de espaldas en el sofá. Aprovecha para
quitarse el pantalón y los calzoncillos, quedando desnudo ante ella, que le
agarra el sexo y se lo acerca. Lorena se
gira hacia un lado y lleva su boca al pene erguido de M, pasa la lengua por el
glande y la baja a lo largo, hasta la misma base, después vuelve a subir y
cierra sus labios sobre el bálano, mientras con la punta de la lengua juguetea.
M cierra los ojos y se deja ir por un momento, pero nota como la mujer le ha
cogido la mano y se la lleva a su propio sexo. El chico percibe el vello tupido
bajo la tela de la ropa interior, desliza su mano bajo la prenda y nota los
rizos apretados que cubren el monte de Venus. Mientras Lorena continúa con la
felación, él introduce un par de dedos y busca ese botón rugoso en el interior
de la mujer, mueve los dedos adelante y atrás y cuando lo encuentra,
estimulándolo. Continúan ambos así durante quizás un minuto dándose placer
mutuamente, excitándose aún más, hasta que M empieza a sentir que se va a
correr, contiene sus ganas y retira la cabeza de la mujer con la mano que tiene
libre. Lorena comprende sin preguntar y se revuelve para quitarse las bragas
ella misma.
M aprovecha para rebuscar en el pantalón
que yace a sus pies, encuentra el preservativo que buscaba, lo abre si se lo
coloca con una mano. Se vuelve al punto hacia la mujer y, echándose sobre ella,
la penetra con violencia y levanta la piernas de la mujer sobre sus cabeza,
dejándolas apoyada en sus hombros, repite el movimiento una y otra vez y nota
como su órgano se desliza por las superficies lubricadas del interior de
Lorena, la cual gime con los ojos cerrados a cada acometida. El sofá se
desplaza debido a la fuerza que imprime M con sus caderas. Coloca la palma de
la mano sobre el vientre de la mujer y nota su propio miembro bajo la
superficie carnosa. Los pechos se desparraman a ambos lados y saltan con cada
embestida. Lorena se agarra al brazo del sofá para no caerse y deja escapar
suspiros entrecortados de su boca abierta. Ahora el joven empuja las rodillas
de la mujer contra el pecho, obligándola a doblarse sobre sí misa y la levanta
por la caderas, de esta guisa descarga todo su peso hacia abajo en cada
acometida, llegando hasta el fondo de la mujer. Pero tras una de las
embestidas, al retirarse, el pene sale, dejando escapar un chorretón de fluido,
que cae en el suelo.
Aprovechando la circunstancia, M
hace a Lorena girarse y la pone de rodillas en el sofá, apoyada sobre el
respaldo. La acomete ahora desde atrás, mientras alcanza con una mano uno de
los grandes pechos, que oscilan libremente. Lo estruja con fuerza, inclinado
sobre la espalda de la mujer. Si esta gime o dice algo, no la escucha. Su
cabeza no está allí en ese momento. Se inclina hacia el otro lado para agarrar
el otro pecho y lo pellizca fuertemente, después echa el cuerpo hacia atrás y
contempla el culo de Lorena frente a él, con las manos separa las nalgas y
contempla en otro orificio frente a él. Un pensamiento cruza su mente, ¿y si se
la metiese como hizo con Patricia? Una vez lo ha pensado es difícil sustraerse
de la idea, se lleva un pulgar a la boca y lo humedece bien, a continuación lo
lleva hasta el ano de la mujer y lo introduce lentamente. Ahora si está atento
a lo que pueda decir, pero sólo oye un ay de placer. La excitación le corre por
el cuerpo y continúa con las arremetidas, cada vez más violentas. Su pulgar
juguetea en el otro hueco, siguiendo el ritmo que su pene marca un poco más
abajo.
Finalmente se decide, saca el
pene y prueba a introducirlo. Entra a la primera, lo cual lo sorprende, pero
Lorena grita. Dolor, susto, sorpresa. Da igual. La mujer retira y se sienta en
el sofá, suelta un guantazo que golpea a M en el brazo.
-
¿Qué te crees que haces, imbécil?
Superada la excitación de hace
sólo unos segundos, M se siente estúpido y apenas es capaz de articular un
quedo “lo siento”.
-
¿Qué lo sientes? ¡Y yo! ¡Más siento yo que me
quieras romper el culo! ¿Qué te has pensado que soy? Vienes a mi casa si yo
quiero, pero no soy tu puta, ¿está claro?
-
Perdona Lorena, no sé en qué pensaba. No volverá
a pasar, de verdad.
-
Vaya que no volverá a pasar. ¡Fuera! ¡Vete de
aquí y no vuelvas! ¡Ni me llames!
Agachada, Lorena recoge el
pantalón y los calzoncillos de M y se los tira.
-
¡Fuera! ¡Ahora mismo!
M se viste como puede, recoger la camisa y se la pone. Lorena también se ha puesto el vestido y lo mira con odio. El chico no cree que le haya hecho daño, no a juzgar por cómo ha entrado, pero no es el momento de pararse a preguntar nada. Se calza sin perder de vista a la mujer, temeroso de lo que pueda hacer.
-
De verdad, lo siento, perdona.
Lorena no abre la boca, se cruza de brazos y avanza cerrándole el paso, obligándolo a recular hacia la puerta. M la abre y sale. El portazo está a punto de golpearle y resuena por todo el edificio. De pie ante la puerta cerrada M busca su teléfono y su cartera. Sí, ahí están. Se gira y baja a la calle.
No tarda mucho en encontrar un
taxi que lo lleve de vuelta a casa. Al sentarse descubre que aún lleva el
condón bajo la ropa, aunque ahora está casi suelto, caído de su pene flácido.
Su mente es un barullo, lamenta sinceramente lo que ha ocurrido, sabe que no
debería haberse dejado llevar de esa forma, pero por unos momentos su mente se
nubló, no pensaba con claridad. Duda por un instante en pedirle al taxista que
dé media vuelta, para pedirle disculpas a Lorena una vez más, pero razona que
quizás no sea lo mejor en ese momento. Le gustaría poder contarse lo ocurrido a
alguien, tener otra opinión acerca de cómo actuar a continuación.
Al llegar a su barrio le pide al
taxista que lo deje a un par de calles de su destino final. Prefiere caminar
esos últimos metros, aclararse antes de entrar en casa. Puede que Toni y Judith
estén ya arriba, pero no quiere tener que enfrentarse a ellos, a saber qué
discusión puede surgir a raíz de lo que les cuente. Quizás podría llamar a
Patrick, pero no… Patrick no. Le explicará todo lo que ha pasado y el otro lo
mirará sin decir palabra, como si lo viese. Al llegar al portal de su edificio
la idea está casi formada en su mente. Allí ella aún no habrá vuelto del
trabajo. Sí, ya ha tomado la decisión cuando entra en la casa. Saluda al entrar
y una voz le responde desde la cocina, otra desde el salón. Las frases que
escribirá empiezan a formarse en su cabeza. Atraviesa la casa hasta su
dormitorio sin fijarse mucho en Toni, que ya ha ocupado su sitio habitual
frente al televisor. Cuando abre el portátil en su dormitorio en la cabeza de M
el correo que escribirá ya está casi finalizado. Accede al programa, “redactar
mensaje” y empieza a teclear:
“Hola Patricia, ¿qué tal?...”
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